domingo, 6 de mayo de 2012

Domingo, 6 de mayo, 2012

Sus ojos eran pequeños y humildes,
la mirada pérdida en el recuerdo de la vida pasada
y el dolor reflejado en una mirada castigada.

Uno de sus ojos estaba ya ciego, decían los médicos,
y del otro poco quedaba además de un glaucoma
que apenas deja ver la vida que se va.

Ella lo sabía. A veces creo que lo esperaba, pero ya no lo sé,
un médico llegó más allá de donde sus ojos se perdían
y habló de una lluvia de lágrimas que más de veinte años duró.

La vida es una gran mentira, solía decirme apenada,
y esperaba su momento en su mecedora con calma
recordando el amor que hace tantos años se fue.

Yo creía que esperaba su reencuentro con tantos que se fueron,
o tal vez ese era tan sólo mi sueño
que tanto dolor no es justo, sin un final que compense.

El final llegó. Creo que no quería irse,
el miedo a la nada, tal vez algo más
Queda el recuerdo de sus manos suaves, el amor incondicional.

Al menos la muerte le dio ese piso propio con el que soñó
pequeño pero suficiente para ellos dos
y a mí me queda el sueño de creer que lo logró.

1 comentario:

Emmanuel dijo...

hermosa entrada, que bueno volverte a leer